El trabajo del traductor está hecho de vacilaciones, igual que el trabajo del escritor. El escritor también traduce y duda y quiere encontrar el término preciso que corresponde a la idea; también sabe, como el traductor, que es su propia lengua la que se convierte en inmanejable jerga extranjera. El escritor se traduce a sí mismo como si fuera otro, el traductor escribe al otro como si fuera él mismo.
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