Es el caso de la historia que vamos a contar aquí, algo que pasó en nuestro país hace ya treinta y cuatro años, cuando todo éramos más jóvenes y muchos – tal vez la mayoría – de los que están leyendo estas páginas ni siquiera habían nacido.
No es una historia fácil de contar justamente por eso, porque nosotros mismos fuimos protagonistas, porque lo que pasó nos pasó a nosotros y no a otras personas, porque son cosas que vimos con nuestros ojos, que vivimos en nuestro cuerpo. Es natural que duela recordarlas.
El 24 de marzo de 1976 hubo un golpe de Estado. [...]
[...] El terrorismo siempre es atroz, paraliza, destruye la vida y las esperanzas de las personas. Estalla una bomba en un supermercado, vuela por el aire un edificio, matan al hijo de cierto personaje… Los terroristas son el peor modelo de intolerante y de faccioso. Pero lo habitual es que los terroristas lances sus ataquen contra el poder. En este caso fue al revés: desde el poder, desde el gobierno, se organizó cuidadosamente un plan para dominar por el terror, para paralizar de miedo a la población y obligarla a marcar el paso.
El maldito plan consistió en secuestrar, torturar y asesinar en forma clandestina a más de 30.000 personas. 30.000 argentinos y extranjeros entre los que había médicos, estudiantes, gremialistas, monjas, sacerdotes, obispos, escritores, políticos, jueces, agricultores, obreros, maestros, conscriptos, científicos, artistas, periodistas, bebés, niños y guerrilleros. [...]
[...] Muchas son las cosas que se fueron sabiendo, y muchas las que se irán sabiendo con el correr de los días… La historia no se borra. Una y otra vez reaparece. Y una y otra vez volveremos a contarla para evitar que se repita, para que el pozo del terror no vuelva a tragarnos.
Seguiremos teniendo problemas. Los tenemos, y muy graves. La injusticia planetaria. La deuda externa. La pobreza. La desocupación. Las mafias. Los poderosos que no quieren perder poder aunque para eso haya que aplastar a otros. Los violentos que hablan de aniquilar a cualquiera que piense diferente. Los que se miran el ombligo. Los obsecuentes. Los corruptos que sólo piensan en llenarse os bolsillos… Todo sigue ahí. Pero estamos vivos, y podemos discutir lo que nos pasa cara a cara y en voz alta. [...]
~Graciela Montes
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