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jueves, 4 de agosto de 2011

CRÓNICAS MARCIANAS - Cuando no se puede tener la realidad, bastan los sueños.

¿Quién es usted para discutir lo que pasa? Aquí estamos. ¿Qué es la vida, de todos modos? ¿Quién decide por qué, para qué o cómo ocurren las cosas? Sólo sabemos que estamos aquí, vivos otra vez, y no hacemos preguntas.



-Los hombre de Marte comprendieron que para sobrevivir no debían preguntarse ¿para qué vivir? La respuesta estaba en la vida misma. Vivir era propagar la vida, la vida mejor. Los marcianos comprendieron que se preguntaban ¿para qué vivir? en la culminación de algún período de guerra y desesperanza, cuando no hay respuesta. Pero cuadno pasa la crisis y termina la guerra, lo insensato de la pregunta tiene un nuevo sentido. La vida es buena, y las discusiones son inútiles.
-Me parece que los marcianos eran bastante ingenuos.
-Sólo cuando les convenía. Renunciaron a destruirlo todo, a humillarlo todo. Combinaron religión, arte y ciencia, pues la cienca no es más que la investigación de un milagro inexplicable, y el arte, la interpretación de ese milagro. La ciencia entre ellos no se opuso a la belleza. Se trata sencillamente de una cuestión de grados. Un hombre de la Tierra piensa: "Es ese cuadro no hay realmente color. Un físico puede probar que el color es sólo una forma de la materia, un reflejo de la luz, no la realidad misma". Un marciano, mucha más inteligente, diría: "Este cuadro es hermoso. Nació de la mano y la mente de un hombre inspirado. Me gusta este cuadro".
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Odio la astucia cuando uno no se siente realmente astuto, ni quiere serlo, pensabe el capitán. No puedo enorgullecerme de ser un espía y un tramposo. Odio pensar que estoy cumpliendo con mi deber cuando no estoy seguro de que sea así. Al fin y al cabo, ¿quiénes somos nosotros? ¿La mayoría? ¿Es ésa una respuesta? La mayoría siempre tiene razón, ¿no es así? Siempre, siempre. Jamás se equivoca, ni un breve e insignificante momento. En diez millones de años jamás se equivocó. ¿Qué es esta mayoría? ¿Quiénes la forman? ¿Qué piensa? ¿Cómo emprendió este camino? ¿Cambiará alguna vez? ¿Y por qué demonios he ingresado en esta putrefacta mayoría? No me siento a gusto. ¿Será claustrofobia, temor a las muchedumbres, o sentido común? ¿Es posible que un hombre tenga razón, aunque el resto del mundo crea que está equivocado? No pensemos en eso. Sometámonos, animémonos, y apretemos el gatillo.
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-Esta noche había en el aire un olor a tiempo. Tomás sonrió. ¿Qué olor tenía el tiempo? El olor del polvo, los relojes, la gente. ¿Y qué sonido tenía el tiempo? Un sonido de agua en una cueva, y una voz muy triste, y unas gotas sucias que caen sobre cajas vacías, y un sonido de lluvia. Y aún más, ¿a qué se parecía el tiempo? A la nieve que cae calladamente en una habitación oscura, a una película muda en un cine muy viejo, a cien millones de rostros que descienden como esos globitos de Año Nuevo, que descienden y descienden en la nada. Eso era el tiempo, su sonido, su olor. Y esta noche (y Tomás sacó una mano fuera de la camioneta), esta noche casi se podía tocar el tiempo.
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No soy nadie; soy solamente yo mismo. Dondequiera que esté soy algo, y ahora soy algo que usted no puede impedir.
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-¿Qué miras, papá?
-Estoy buscando lógica terrestre, sentido común, gobierno honesto, paz y responsabilidad.
-¿Todas esas cosas están allá arriba?
-No. No las he encontrado. Ya no existen allá. Y ya nunca volverán a existir. Quizás nunca existieron.

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